EL SILENCIO

Luego de tres o cuatro días sin salir de su casa, sin bañarse, sin cambiarse de ropa y dormir incluso vestida, sin levantarse salvo para ir al baño y prepararse la comida para ella y su gata, Shishi finalmente se cansó de su estado apático y depresivo así que decidió levantarse, bañarse, ponerse ropa limpia, cambiar sus sábanas, barrer y limpiar un poco su habitación y la sala. Sabía que había tocado fondo y que si no empezaba a hacer algo por ella, podría ser fatal. Ya conocía el otro lado de sus límites, una vez cuando perdió la cabeza por amor y se prometió nunca más volver a estar tan deplorable ante el mundo y ella misma. Pero ahora era diferente, no había perdido la cabeza, no se sentía loca ni deliraba con pensamientos estrambóticos. Simplemente estaba muy triste y se sentía totalmente estancada en su vida. En realidad ella no era una partícula, pero se sentía tan pequeña que apenas sostenía su vida. A veces se sentía una bacteria o una forma de vida tan simple que sólo la llevaba a respirar y comer. Estaba asqueada de toda su vida, había luchado tanto y al final seguía en el mismo carrousel. 

Shishi era una mujer adulta, ya había pasado los cuarenta. Una niña puede creer que es vieja, una vieja puede creer que es joven, un joven puede creer que es sexy. Y ella podía ser todas esas mujeres e incluso una niña también, dependiendo de su estado de ánimo. Aunque la mayor parte del tiempo se sentía joven pero con alma de vieja.

A pesar de sentirse sin fuerzas para vivir, hoy discutió con otra chica por una venta mal realizada. En la discusión la llamó "negra sucia". Por primera vez en su vida insultaba de esa manera a alguien. Se dio cuenta de que no estaba tan débil como creía, pues no se exaltó, no le subió la presión, no le dio taquicardia ni arritmia, nada. Sólo se enojó, puteó y en medio de la discusión telefónica se dio cuenta de que no debía enojarse tanto, pues aún no había comido nada ese día. Al final todo quedó en la nada y se fue a bañar y luego a comprar comida para cocinar. Se calmó. Luego se rio de la estupidez que había hecho. Sentía un poco de escozor porque ella siempre trataba de mantener la calma y la madurez pero ese día se hartó. Pobre la otra chica que se cruzó en su camino y cometió un error.

Unos días atrás también había discutido con su madre. Ella la había visto más temprano y como notó algo extraño luego la llamó por teléfono más tarde. Y la catarsis no tardó en llegar después de unas preguntas. Le dijo lo que hacía años pensaba: que sólo quería que la aceptara tal cual era. Entre lágrimas y largos silencios, la relación entre ambas se desgarró e hilvanó con pensamientos tan profundos que apenas vislumbraban el rencor de todas sus ancestras repetido una y otra vez en miles y millones de conversaciones a lo largo de algunas décadas, quizás siglos. El silencio final duró unos dos días, tiempo suficiente para pensar.

Hoy Shishi se sentía un poco mejor y un poco peor, pero más viva que ayer. No sabía qué hacer de su vida, se sentía atada a unos hilos invisibles que salían desde su cabeza y estaban entretejidos en su ciudad. O quizás desde su ciudad la apresaban los hilos de la costumbre y el conformismo. Quería viajar e irse a vivir lejos pero sentía que no podía, nunca podía, nunca tenía fuerzas. Apenas dos veces en su vida casi lo lograba pero regresó a su ciudad como si la succionara un viento poderoso y sutil. Y allí se estancó los últimos diez años, o más. Y estaba en otra crisis. Quería huir, quería vivir. Estaba sola, casi sin amigos, escribiendo en la víspera del día de la amistad y sabiendo que otro año más ella no celebraría con nadie. Pues todo se ha vuelto virtual, superficial, lejano. Sin embargo, hoy descargó su frustración, vio unos videos cómicos en internet y lloró de risa. Se sentía mucho mejor. Aún podía reír a carcajadas. Y también aún podía amar ya que compartía todo su cariño con una gatita que cuidaba provisoriamente para no sentirse tan sola y desconectada del mundo. Hoy había logrado sobrevivir con mejor ánimo.






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